Durante mucho tiempo, la práctica clínica obligaba a los profesionales a elegir: ¿este niño/a tiene autismo o tiene TDAH? La coexistencia parecía improbable, casi un error diagnóstico. Sin embargo, la investigación actual nos muestra lo contrario: no solo es posible, sino que es frecuente que ambas condiciones se den juntas. A esta realidad cada vez más reconocida la llamamos AUTDAH.
El término no aparece en manuales como el DSM-5-TR o la CIE-11, pero se ha convertido en una forma de nombrar una vivencia compartida por muchas personas. Quienes conviven con AUTDAH no encajan del todo en las categorías tradicionales: no son únicamente “inquietos e impulsivos” ni tampoco exclusivamente “personas con gran necesidad de rutina”. Su experiencia es una mezcla compleja de atenciones dispersas e hiperfocalizaciones intensas, de búsqueda de novedad y necesidad de estructura, de creatividad desbordante y de fatiga social.
Una doble cara que amplifica los retos
Estudios recientes estiman que entre un 30% y un 80% de las personas autistas presentan también síntomas de TDAH, y que un número relevante de personas con TDAH muestran rasgos del espectro autista (Antshel & Russo, 2019). Esta superposición tiene consecuencias directas:
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El esfuerzo adaptativo es mayor. Una persona con AUTDAH puede pasar horas hiperfocalizada en una tarea y, al mismo tiempo, olvidar rutinas básicas o tener dificultades para organizarse.
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La vida social se complica. La impulsividad propia del TDAH se mezcla con las dificultades comunicativas del autismo, generando malentendidos, frustración y sensación de exclusión.
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La regulación emocional se ve comprometida. La reactividad y los colapsos emocionales son más frecuentes y más intensos.
La experiencia del AUTDAH, por tanto, no es la suma de dos diagnósticos, sino una condición que genera un perfil particular y diferenciado.
Qué nos dice la ciencia
En los últimos años, la neurociencia ha comenzado a explorar qué ocurre en el cerebro de las personas con AUTDAH. Los hallazgos son reveladores:
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Conectividad cerebral distinta. Un meta-análisis con más de 12.000 participantes (Kebets et al., 2024) mostró que el autismo y el TDAH comparten ciertos patrones de conectividad, pero también presentan diferencias específicas, lo que explica por qué pueden coexistir y, al mismo tiempo, generar perfiles únicos.
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Genética compartida. Se estima que cerca del 50% de los genes asociados al TDAH también se vinculan al autismo (Cross-Disorder Group, 2020), lo que refuerza la idea de un origen común en algunos casos.
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Mayor vulnerabilidad en la adultez. Estudios longitudinales recientes advierten que quienes conviven con AUTDAH tienen un riesgo elevado de desarrollar ansiedad, depresión o problemas de autoestima si no reciben apoyos adecuados (Craig et al., 2023).
Estos datos no solo explican la coexistencia, sino que también nos obligan a repensar cómo evaluamos, diagnosticamos e intervenimos.
Implicaciones para la práctica clínica y social
Reconocer el AUTDAH es clave para ofrecer un acompañamiento más ajustado. No se trata de etiquetar más, sino de comprender mejor. En la práctica, esto significa:
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Diagnósticos más precisos. Evitar elegir entre TEA o TDAH y valorar la posibilidad de ambos.
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Intervenciones adaptadas. Lo que ayuda a alguien con TDAH (como estrategias de organización) puede ser insuficiente sin la estructura y previsibilidad que necesita alguien con autismo.
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Ajustes en el entorno. Escuelas, universidades y empresas deben contemplar que la doble condición exige apoyos flexibles y personalizados.
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Un enfoque desde la neurodiversidad. El AUTDAH no debe reducirse a una lista de déficits. Muchas personas con esta condición destacan por su creatividad, pensamiento divergente y capacidad de detectar patrones que otros pasan por alto.


